Toti Iglesia es economista, recibida en la UBA y periodista en Ámbito Financiero. Es correntina pero desde hace años vive en Buenos Aires con su familia. A esta mamá de dos chiquitines, le tocó cubrir un importante evento en Alemania, con su segundo embarazo en curso. Aquí va su relato sobre aquel viaje laboral, en el que por primera vez se separaba de su hijo mayor, y al que se le sumaba las incomodidades de la panza. Cauta, informada y de buena organización como es Toti, la experiencia le resultó magnífica y un desafío alcanzado.
«Viajar siempre fue mi gran pasión. Desde que a los 17 años fui de intercambio por un año a Canadá, el mundo tomó otra dimensión en el cual las ganas de conocer otros lugares, personas y modos de vida guió muchas de mis decisiones. Este último viaje, de una semana a Alemania, tuvo la excusa de ser uno de trabajo, pero en el que el disfrute estuvo presente desde el primer momento».
[pullquote]Lo más difícil fue la combinación de viajar sola, sin mi hijo de 2 años y 3 meses en ese momento (de quien era la primera vez que me separaba) y cursando un embarazo de 25 semanas. Sin embargo, todo salió mejor de lo planeado.[/pullquote]
Fui a cubrir un encuentro de Premios Nobel de Economía en un lugar pintoresco llamado Lindau, al sur de Alemania, sobre el lago Constanza.
Antes del encuentro, estuve dos días fabulosos en Múnich, donde aproveché para recorrer esa majestuosa ciudad junto a mi hermano Lisandro, que vive hace en Barcelona. Al volar embarazada y hacer una ruta de más de 12 horas, el primer temor fue cómo iba a soportar el vuelo. Viajé vía Madrid (con una escala de 3 horas) a Múnich, con Iberia.
De la misma manera que cuando se viaja con niños, llegué temprano a hacer el check in para intentar conseguir buenas ubicaciones en el vuelo. De ida me asignaron un asiento de la fila que está detrás del office de las azafatas, que tiene más lugar. Casi todo el tiempo puse las piernas para arriba por lo que pude descansar muy bien.
Al regreso me dijeron que por la categoría de mi tarifa (por lo visto era una bien económica, que había sido comprada por los organizadores del evento que fui a cubrir) no podían asignarme uno de esos asientos con más lugar (cada vez son más las aerolíneas que los otorgan previo pago de un diferencial). De todos modos me aseguraron que el vuelo no estaba lleno y había muchas plazas disponibles. Por lo tanto, al subir al avión las azafatas amablemente me hicieron esperar unos minutos hasta encontrar 3 asientos juntos, por lo que pude dormir totalmente acostada. Un lujo.
Un punto de gran importancia al viajar embarazada es el seguro médico. Al averiguar con las principales compañías, desde Assist Card me explicaron que, para cubrir cualquier inconveniente que pudiera surgir tanto del bebé como mío (que tuviera que ver con el embarazo) el viaje debía comenzar, como máximo, en la semana 24 de gestación. Por lo tanto esta opción quedó descartada.
Recurrí a Universal Assistance, donde sí tienen un seguro que cubre hasta la semana 32 de embarazo, pagando un «value pack», tal como lo llaman ellos, que es un seguro un poco más caro para viajeros más «riesgosos», pero que cubre temas médicos relacionados con el embarazo. Por suerte no tuve necesidad de tomar ni un ibuprofeno.
[pullquote]En general las aerolíneas permiten volar a embarazadas hasta la semana 30 de gestación. Para viajar pasada esa instancia se recomienda llevar una autorización médica.Yo de todos modos la llevé, al igual que los últimos estudios.[/pullquote]
Antes de partir compré una faja de embarazo, que «sostiene» un poco la panza. Ni llegué a sacarla de la valija, y eso que las caminé mucho en Múnich, más de 3 horas en algunos casos. El cambio de aire sirvió para que la panza no pesara en absoluto.
En Múnich, junto a mi hermano, nos movimos en transporte público. Las líneas de subtes y trenes son envidiables. Además hay una página (www,mvv-munchen.de) donde se encuentra cómo llegar de un punto a otro. Incluso desde y hacia el aeropuerto también lo hicimos en tren.
De todos modos, caminar en toda la parte céntrica es la mejor opción, ya que no es muy grande. Munich tiene muchas calles adoquinadas en el centro y que no siguen, para nada, un tablero de ajedrez. Es hermoso sentarse a comer alguno de sus platos típicos en los biergarten que hay en varios puntos de la ciudad. Estos son lugares al aire libre con mesas del estilo «tablón», donde uno compra en algún puesto la comida y la cerveza y se sienta, la mayoría de las veces, con mesa compartida.
Luego de haber vivido dos meses en Berlín en 2011 debo decir que no soy fanática de la comida alemana. Creo que lo mejor que tienen es hacer excelentes panes, cervezas y tortas. De todos modos, en puestos que venden comida al paso se puede probar «obatzda», que es un queso para untar que se prepara con pimentón dulce y cebolla y se come con «brezel» (esos típicos panes con granos de sal gruesa por afuera); también está el «leberkäse», que es un embutido que se come en sandwich; la «weisswurst», que es la salchicha blanca, que se acompaña con la «kartoffelsalat», que es la ensalada de papas.
El hotel en el que paramos era bien céntrico. También hay cientos cerca de la estación central de tren que tienen precios razonables y buena ubicación. Antes de viajar, para decidir el alojamiento siempre miro los comentarios y descripciones de los hoteles en Booking: los detalles que cuentan los huéspedes sirven de mucho, como lugares para comer y visitar cerca del hotel, además de los pro y los contra del lugar en sí.
Luego de esos días en Múnich partí a Lindau. La prioridad que se da a las embarazadas en la Argentina no se recibe en Europa: tanto para hacer migraciones en España como para sentarse en transporte público o moverse en general tuve que esperar como cualquier otra persona. Eso sí: en el tren de Múnich a Lindau pedí ayuda con la valija y me ayudaron a ubicarla.
Ya en Lindau los días transcurrieron vertiginosos. Mientras que en las primeras noches (en Múnich) la diferencia de horario con la Argentina, sumado al silencio de la noche que hacía que extrañara más a mi hijo y a mi marido, tuve un poco de insomnio, en Lindau, al faltarme poco para volver y a lo intenso del evento que fui a cubrir, los días volaron.
En los ratos libres aproveché para conocer esta pintoresca ciudad, acompañada por una colega turca, que también fue seleccionada para ir a cubrirla. El tercer y último día del evento empecé a sentir, por primera vez, que estar tanto parada me hacía sentir muy cansada y se me hinchaban un poco los pies. Decidí entonces cortar al mediodía y descansar en el hotel un rato, con los pies para arriba.
El regreso en Ezeiza tuvo una satisfacción que nunca antes había notado: volver a tener el estatus de «embarazada» me hizo pasar tanto migraciones como la aduana con una velocidad récord. Justo la rapidez que necesitaba en ese momento de ansiedad por volver a ver a mi hijo y a mi marido. Nina en mi panza, se movía como si nada: ni se imaginaba todo el trajín por el que había pasado».
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